Nació en Longchamps pero vive en Temperley, provincia de Buenos Aires, con su marido y sus hijos. Implantada hace dos años, está próxima a recibirse de Licenciada en Letras. Un sueño hecho realidad.
Si algo necesitaba Claudia Rodríguez, de 43 años, para coronar la felicidad plena que siente en este momento de su vida es viajar, una de sus pasiones. Y, mientras su marido maneja desde Barcelona a Toledo, en España, ella escribe trazos de su historia para compartirla con nuestros lectores.
Claudia nació con hipoacusia neurosensorial progresiva. “Ese es mi diagnóstico, si bien no me define, me condiciona en algunas situaciones, hasta me inhabilita para potenciar sensaciones. Claro que, cuando tengo puesto mi implante unilateral, todo eso no cuenta, porque logré recuperar cada uno de los sonidos. Al menos así lo siento, y eso es todo lo que importa”, cuenta esta eterna estudiante de Letras que, después de 10 años de cursar, está a un cuatrimestre de lograr el título de Licenciada.
Implantada hace dos años, Claudia vive en Temperley, provincia de Buenos Aires, con su marido y sus dos hijos adolescentes, quienes acompañan su despertar auditivo marcándole los logros y ayudándola a entenderlos cuando alguna palabra no le sale del todo bien.
Disfruta pasar tiempo en su casa, leer, escribir, estudiar, hacer deporte, ir a sus clases de cerámica y, sobre todo, viajar. Con apoyo incondicional de su familia y sus amigos, se emociona al mencionar el pilar fundamental que significó su marido, con quien comparte la vida desde hace 20 años.
“Este viaje corona nuestra unión y el deseo de conocer. Es el primero después de implantarme y me permite manejarme con autonomía y seguridad, me permite sentir, sentir – ¡qué linda palabra!- cada partícula de sonido a mi alrededor y conversar con total naturalidad. Además de escuchar la audio-guía en la Alhambra, Granada, y meterme en el agua, aunque con cuidado y no siempre con el accesorio Aqua, de Cochlear”, subraya.
Como se repite en muchas historias, la contención de los amigos es otro eslabón de este círculo virtuoso. Y, en el caso de Claudia, siempre estuvieron. Amigas de la adolescencia que la “aguantaron y se han reído conmigo de mis palabras inventadas y conversaciones de loco, por no escuchar. De igual manera, tengo amigas que la vida me presentó y mis compañeras de facultad”. La familia, de sangre y la política, terminan de cerrar este equipo de contención imbatible.
Todo es ganancia para esta joven madre desde que usa su implante. Con su papá también hipoacúsico, Claudia logró convencerlo para que comience a usar audífonos, hace siete años, pero que ya no le ayudan demasiado. Ahora, el siguiente paso, en base a su propia experiencia, es animarlo para que se implante.
Aunque cuando nació, en 1979, no era habitual estudiar a los bebés para detectar la hipoacusia, Claudia destaca que su mamá es una de las personas que más celebra el que se haya implantado, porque “se dio cuenta del vacío que representaba el silencio de mis oídos y el gran cambio que vivo con el encendido de mi procesador Nucleus 7, con el cual terminé de escuchar mis clases virtuales de la facultad por Bluetooth y, de igual manera, rendí finales y escucho los audios de mi Whatsapp”.
Ahora, ya implantada, Claudia revisa lo vivido y sigue poder creer que hoy, a sus 40 y tantos, tiene nuevamente la oportunidad de realizarse en sus metas.
“Lo no audible se convirtió en lo no dicho, en lo silenciado….No obstante, posterior a mi operación de implante coclear, dejé escuchar todos mis miedos atrapados, callados. Una amiga me dijo que operarme fue un despertar en mí, por cierto, escuché y desperté al dolor. Es así, tomé registro nuevamente de mí”.
Volver a escuchar fue como volver a sentir. Dos caras de una misma moneda, dos polos que se atraen y que, en la vida de Claudia, marcaron la diferencia.